lunes 25 de noviembre de 2024 12:03 am
Eddy Tolentino

El Papa inauguró el miércoles una gran cumbre sobre el futuro de la Iglesia católica, de la que los progresistas esperan que más mujeres lleguen a puestos de liderazgo mientras los conservadores advierten que la doctrina de la institución, desde la homosexualidad hasta la autoridad de la jerarquía, está en peligro.

Francisco inició formalmente el Sínodo de Obispos presidiendo una misa solemne en la Plaza de San Pedro, con cientos de sacerdotes llegados desde todo el mundo celebrando en el altar ante católicos laicos cuya presencia e influencia en esta reunión supone un cambio decisivo para la institución.

Pocas veces en los últimos tiempos una reunión vaticana ha generado tanta esperanza, expectación y temor como esta cumbre de tres semanas a puerta cerrada. No se tomarán decisiones vinculantes y es apenas la primera sesión de un proceso de dos años. Pero, sin embargo, ha trazado una clara línea de batalla en la perenne división entre izquierda y derecha en la Iglesia, y marca un momento decisivo para Francisco y su agenda reformista.

El sínodo es histórico desde antes incluso de su inicio, porque el Pontífice decidió permitir que las mujeres y los laicos voten junto a los obispos en cualquier documento final que genere. Aunque menos de un cuarto de los 365 miembros con derecho a voto no son obispos, la reforma supone un cambio radical con respecto a un sínodo centrado en la jerarquía y una evidencia de la creencia de Francisco de que la Iglesia debe girar más en torno a su rebaño que a sus pastores.

«Este es un punto de inflexión», afirmó JoAnn Lopez, una ministra laica nacida en India que ayudó a organizar los dos años de consultas previas en las parroquias donde ha trabajado en Seattle y Toronto.

«Es la primera vez que las mujeres tienen una voz cualitativamente diferente en la mesa y la oportunidad de votar en la toma de decisiones es enorme», agregó.

La agenda de la cumbre incluye también llamados a tomar medidas concretas para que más mujeres ocupen puestos decisorios en la Iglesia, incluyendo en el cargo de diáconos, y para que los católicos de a pie tengan más voz en el gobierno de la institución.

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