México se dispone el domingo a elegir a la primera mujer a la presidencia, un parteaguas histórico en un país que durante mucho tiempo ha sido conocido por su machismo, y un enorme momento para toda Norteamérica.
Desde el principio de la contienda presidencial, las únicas candidatas competitivas eran dos mujeres: la favorita en las encuestas, Claudia Sheinbaum, científica climática del partido en el poder, Morena; y Xóchitl Gálvez, empresaria que representa una coalición de partidos de la oposición.
Este hito es un reflejo de la compleja relación del país con las mujeres, quienes enfrentan una violencia rampante y un sexismo reiterado, pero que al mismo tiempo son veneradas como matriarcas y se les confían puestos de autoridad.
El hecho de que el país llegara a este punto antes que Estados Unidos, su mayor socio comercial, tiene mucho que ver con las políticas públicas que han forzado a abrir las puertas a las mujeres en cada nivel de gobierno, dicen las especialistas.
Con el esfuerzo de activistas feministas, México ha ido adoptando a lo largo de las últimas décadas cada vez más leyes de amplio alcance que impulsan más representación de las mujeres en la política. En 2019, dio el paso extraordinario de hacer que la paridad de género en los tres poderes de gobierno fuera un requisito constitucional.